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El SIBO y nuestras defensas

La proliferación bacteriana en el intestino delgado es una condición llamada «sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado» (SIBO, por sus siglas en inglés: small intestinal bacterial overgrowth). Esto ocurre cuando hay un exceso de ciertos tipos de bacterias en esa parte del tubo digestivo, lo que puede provocar síntomas como hinchazón y diarrea. En casos extremos, puede haber inflamación intestinal y mala absorción de los nutrientes que ingieres.

El cuerpo tiene mecanismos para protegerte del exceso de bacterias en el intestino delgado, como los ácidos del estómago, las enzimas digestivas del páncreas o la bilis. Además existe una barrera anatómica, una válvula intestinal (la válvula ileocecal) localizada entre el final del intestino delgado y el colon, que evita el movimiento de bacterias desde el último al primero de ellos. También existe una defensa inmunológica mediada por anticuerpos de tipo IgA, característicos de la mucosa intestinal, que te protegen. Sin embargo, en algunos casos, estas defensas no funcionan correctamente y las bacterias se multiplican en el intestino delgado más allá de lo normal.

Revisa si puedes estar predispuesto

¿Cómo es de frecuente el SIBO? No se sabe con certeza, pero se cree la mayoría de los casos están asociados a trastornos del movimiento normal del tubo digestivo (lo que se denomina motilidad), el síndrome del intestino irritable y la pancreatitis crónica. También sabemos que su frecuencia de aparición aumenta con la edad.

Algunas alteraciones del tubo digestivo propias del paciente, como los divertículos del intestino delgado o la enfermedad de Crohn favorecen el SIBO. También modificaciones del tránsito normal del intestino por cirugías aumentan la probabilidad de que aparezcan. Un caso muy típico es la desaparición de la barrera que supone la válvula ileocecal en los pacientes a los que se les ha extirpado la parte derecha del colon (por ejemplo, en el cáncer de colon derecho). Pero hay más: trastornos motores como la esclerodermia, alteraciones del metabolismo como la diabetes, o déficits inmunológicos como los debidos al consumo de alcohol, enfermedades de los riñones muy avanzadas, el SIDA o la cirrosis.

En ocasiones, la reducción de ácido en el estómago (¿recuerdas que arriba dijimos que era un factor de protección?) por gastritis atrófica o por la toma de omeprazol y sus derivados puede también provocar SIBO cuando hay además algún trastorno del movimiento del intestino delgado.

De dónde vienen tus síntomas

En los casos más importantes, el SIBO puede impedir la absorción adecuada de nutrientes. Esto se debe a que el exceso de bacterias genera una mala digestión de sustancias en el propio intestino o porque se dañan las células intestinales (las llamamos enterocitos) y los alimentos no se absorben bien. Sea como fuere, algunas de las sustancias que ingerimos se quedan en la dentro de la tubería que es el tracto digestivo, sin absorberse. Entonces, las bacterias “celebran una fiesta” fermentando todo ese sustrato. ¿Has visto alguna vez cómo fermentan las uvas en un barril para producir licores? Pues algo así, pero esta vez tu tripa es el barril y está llena de gases.

Cuando el SIBO es importante, pueden producirse algunos déficits:

  • Malabsorción de carbohidratos: Esas bacterias de más rompen los azúcares que consumimos, nuestras células del intestino no los absorben y se transforman en gases. Entre ellos, CO2, hidrógeno y metano. (verás que más adelante, esto lo usaremos a nuestro favor para el diagnóstico).

  • Problemas con la absorción de grasas: A las bacterias les gustan nuestros ácidos biliares y también los digieren. Como ya no funcionan bien y nos sirven para digerir las grasas, estas últimas se van a quedar en el túnel del tubo digestivo. Las propias grasas y los ácidos biliares “rotos” atraen agua hacia la luz. ¿Qué tienes ahora? La razón para tener diarrea.

  • Pérdida de proteínas: La mucosa intestinal dañada y, de nuevo, las propias bacterias pueden hacer que las proteínas de la dieta no se absorban.

  • Déficit de vitamina B12: Otro sustrato que les encanta a las bacterias. Más para ellas, menos para ti.

Para terminar, puedes entrar en un círculo vicioso. Y es que el SIBO altera también la motilidad intestinal perpetuando el problema. Fíjate: Alteración de la motilidad que lleva a SIBO, SIBO que genera más alteración de la motilidad, más SIBO… y así en bucle para provocar náuseas, hinchazón abdominal, etc…

SIBO en tus análisis de sangre

En general es raro que haya alteraciones en las pruebas de sangre. Suelen detectarse únicamente si tienes un SIBO grave o cuando se debe a una anormalidad anatómica importante (p.ej: derivaciones del intestino por cirugías previas).

Los hallazgos incluyen deficiencia de vitamina B12 que puede llevar a anemia macrocítica (glóbulos rojos grandes). La anemia por pérdida de hierro puede darse, pero es más rara. También podrías tener niveles bajos de otras vitaminas como tiamina y niacina. Por el contrario, el aumento de bacterias puede llevar a que tengas aumento en los niveles de folato y vitamina K. En casos muy raros y graves, la pérdida de proteínas puede inducir niveles bajos de albúmina en sangre.

Endoscopia del intestino delgado y SIBO

La apariencia por endoscopia y el estudio al microscopio del intestino delgado y del colon en pacientes con SIBO suelen ser normales.

Pueden detectarse cambios muy inespecíficos en el intestino delgado que incluyen hinchazón (edema) de la mucosa, pérdida de los vasos sanguíneos mucosos más superficiales, enrojecimiento distribuido en parches y, en casos raros, úlceras.

Los cambios al microscopio en casos extremos asociados con SIBO incluyen aplanamiento de las vellosidades que deberían formar un cepillo de cerdas largas y aparecen acortadas por la inflamación.

Del aspirado del duodeno a los test de aliento

La forma más exacta y fiable de diagnosticar el SIBO es mediante el cultivo del aspirado del intestino delgado. Este método consiste en introducir un endoscopio por la boca hasta el intestino delgado y extraer una muestra de las secreciones intestinales. Luego se analiza la muestra en un laboratorio para ver si hay más de cierta cantidad de bacterias. Si se supera esa cantidad, se considera que hay un SIBO. Sin embargo, este método es muy costoso, invasivo y no suele estar disponible en las unidades de endoscopia. En resumen, no se usa casi en ningún sitio.

La mayoría de las veces se recurre, por tanto, a otro método más sencillo y barato: las pruebas de aliento.  Estas se basan en medir la cantidad de hidrógeno y metano que se expulsa con la respiración después de ingerir un sustrato (una mezcla de glucosa o lactulosa). Estos gases son producidos por las bacterias cuando fermentan el sustrato en el intestino delgado (lo que te conté más arriba con la malabsorción de hidratos de carbono). Si hay un aumento rápido y elevado de hidrógeno o metano, puedes tener SIBO. Observa que he escrito “puedes tener”. Te cuento por qué un poco más abajo.

Tu prueba de SIBO puede no ser lo que parece

En primer lugar, las pruebas de aliento solo miden la presencia de un cierto tipo de gas en el intestino delgado, no permite conocer la cantidad o el tipo de bacterias presentes. La presencia de gas, por tanto, no siempre indica la presencia de SIBO. ¿Cómo te has quedado? Es lo que llamamos un marcador subrogado. Pero eso es otra historia.

A pesar de ser el método más usado para diagnosticar el SIBO, el test de aliento tiene varios problemas que pueden afectar a su fiabilidad:

  • Puede dar falsos negativos: es decir, que no te detecten un SIBO que sí existe. Esto puede ocurrir si tus bacterias no producen ni hidrógeno ni metano, si hay una obstrucción intestinal que impide el paso del sustrato o si hay una motilidad intestinal lenta que retrasa la llegada del sustrato (la glucosa de la que hablamos antes) al intestino delgado.

  • Puede dar falsos positivos: es decir, que te detecten un SIBO que no existe. Esto puede ocurrir si hay una contaminación con bacterias productoras de gases que, en realidad, no provengan del intestino delgado sino de otros tramos más altos del tubo digestivo, como la boca o la faringe. También puede ocurrir si hay una intolerancia al sustrato utilizado, aunque no tengas más bacterias que lo digieran. Si la velocidad a la que se mueve tu intestino es muy rápida, también puede darte un falso positivo.

  • Puede variar según el tipo de sustrato: existen diferentes tipos de sustratos que se pueden usar para el test de aliento: glucosa y lactulosa son los más frecuentes. Cada uno tiene sus ventajas e inconvenientes. La glucosa se comporta mejor en general: es más sensible (de todos los pacientes que tiene SIBO, detecta a la mayoría) y específica (la mayoría de los pacientes sin SIBO van a tener un test negativo). En contra, la glucosa se absorbe, en una parte importante al inicio del intestino delgado y podría no detectar SIBO que predomine en tramos más bajos. La lactulosa en general “funciona” peor. Es menos sensible y también menos específica. Además, esta última puede llegar al colon, donde se fermenta en condiciones normales, sin que haya SIBO, y los resultados de la prueba se pueden malinterpretar.

Entran las arqueas

Los resultados de los test de aliento para el SIBO pueden variar según el tipo de gas: no todas las bacterias producen los mismos gases. Algunas producen hidrógeno, otras metano y otras ambos. Por eso, es importante medir ambos gases en el test de aliento. El hidrógeno suele indicar un SIBO por bacterias y se asocia más con la aparición de diarrea. El metano suele indicar que tienes un SIBO por arqueas (un tipo especial de microorganismos que no son bacterias) y se asocia a estreñimiento. Además, el metano puede influir en la producción y medición del hidrógeno, ya que algunas arqueas consumen hidrógeno para producir metano. Las arqueas son tan especiales que se propone, cuando la producción en el test de aliento es fundamentalmente de metano y predomina el estreñimiento, un término diferente: IMO (sobrecrecimiento intestinal de metanógenas, del inglés: intestinal methanogen overgrowth)

Cómo se trata el SIBO

Como verás, el SIBO en sí no es una enfermedad por sí sola. La mayor parte de las veces hay algo que lo provoca. A veces, más de un problema. Siempre que sea posible, debemos tratar la causa que lleva al sobrecrecimiento de microorganismos en el intestino delgado. ¿Algunos ejemplos? Controla adecuadamente la diabetes, no bebas alcohol y mantén el tratamiento recomendado por tu médico para tu enfermedad de Crohn.

En cuanto a los medicamentos, dado que hay más bacterias que las debidas en el intestino delgado, algunos antibióticos con un buen perfil de seguridad y poca absorción a la sangre, con un efecto predominante dentro del tubo digestivo suelen ser los que se indican por la mayoría de los médicos. Cuando el nicho ecológico de nuestro intestino lo colonizan sobre todo las aqueas, se suelen necesitar combinaciones de antibióticos.

¿Y con las deficiencias de vitaminas? Las suplementamos cuando sea preciso: se añade al tratamiento vitamina B12, hierro, tiamina o niacina. Si bien, como ya se ha mencionado, generalmente se asocian con SIBO grave y solo en estos casos más importantes suelen ser necesarias.

Cuando regresa el SIBO

Aproximadamente, 4 de cada 10 pacientes con SIBO tienen síntomas que persisten después del tratamiento antibiótico inicial y otro tanto tienen SIBO que vuelve a aparecer en los nueve meses posteriores al tratamiento antibiótico Si los síntomas de SIBO reaparecen pronto y sabemos que mejoraron la primera vez, se suele dar un nuevo ciclo de antibiótico.

Pero ¡atención!, si tus síntomas se mantienen después de varios tratamientos o la sintomatología empeora, hay que estudiar tu caso para descartar otras causas diferentes al SIBO que pueden dar síntomas parecidos.

En resumen, si tienes hinchazón abdominal o episodios de diarrea puedes tener un SIBO no diagnosticado. Podemos ayudarte a encontrar una solución. Nuestro equipo de expertos puede brindarte el tratamiento adecuado y ayudarte a aliviar tus síntomas. No permitas que el SIBO afecte a tu calidad de vida. Pide una cita hoy mismo y comienza tu camino hacia una mejor salud digestiva.

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