Helicobacter pylori

La increíble historia de su descubrimiento

Helicobacter pylori icadig

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... E pur si muove

Si tienes molestias de estómago tú o tu médico habréis pensado que una de las causas puede ser la infección por Helicobacter pylori. Ahora, esta bacteria forma parte de un conocimiento médico básico, ampliamente extendido y aceptado por todos como la causa de múltiples enfermedades del estómago. Pero no siempre fue así. ¿Te imaginas que hace más de cuatro décadas, la ciencia tuviera como certeza inamovible que el estómago era un lugar estéril en el que, debido a su acidez, no podían sobrevivir las bacterias? ¿Qué pasaría si te empeñaras, con resultados en tu mano, en demostrar lo contrario?

Cumpleaños entre microscopios

Todo comenzó en los sótanos de un hospital australiano. En una oscura sala, con mesas de trabajo repletas de microscopios. Entre la tenue luz que se deslizaba por los cristales tintados de las ventanas, el Dr. Robin Warren, aún seguía trabajando a pesar de lo avanzado de la jornada. Era el día de su cumpleaños, un 11 de junio de 1979. Como cada año, Warren acostumbraba en ese día a buscar cosas extrañas o divertidas entre las muestras que recibía para analizar. Mientras hacía su tarea diaria de examinar las preparaciones para el estudio microscópico de las biopsias gástricas que recibía, vio una línea azul en la superficie de la mucosa del estómago. Sorprendido, añadió mayor aumento a su microscopio. Lo que observó fueron pequeños bacilos, muy adheridos, abundantemente presentes en esa zona. Una de sus cejas se arqueó y tuvo una idea. Warren era un experto en usar colorantes para las preparaciones de las biopsias. Para identificar los componentes de la «línea azul» probó con tinciones especiales de plata que dominaba a la perfección. Con los colorantes habituales, aquel hallazgo no se veía bien. Finalmente, consiguió teñir las bacterias y diferenciarlas de las células más superficiales de la mucosa gástrica. También las estudió con un microscopio electrónico, que proporciona imágenes muy aumentadas, comprobando efectivamente, que las bacterias estaban firmemente adheridas allí.

Warren pasó un año y medio estudiando y recopilando más casos. La bacteria acompañaba siempre a las lesiones de gastritis. Como médico, tenía claro que las bacterias, presentes cuando hay una inflamación, debían considerarse la causa más probable de ésta. Sin embargo, luchar contra la creencia de que las bacterias no podían crecer en un medio tan ácido como el del interior del estómago no sería tarea fácil. Por ese motivo, ninguno de sus compañeros creía en él. Para descartar la posibilidad de que esas bacterias fueran solo un hallazgo casual, examinó 20 casos en los que la mucosa gástrica era normal. En estas preparaciones observó que no había células inflamatorias ni bacterias.

La extraña pareja

Pero aún nos falta un protagonista, ¿no es así? En 1981, Warren recibió la visita de un médico joven que formaba parte de un programa de especialización clínica del Real Colegio de Médicos de Australia. Para completar su formación, este colega, llamado Barry Marshall, debía realizar un trabajo de investigación. Inicialmente, el jefe de Barry le sugirió realizar un estudio que nada tenía que ver con los temas en los que Marshall tenía interés. Contrariado por su negativa, su jefe le contestó: «si quieres algo interesante, posiblemente lo encuentres en el Departamento de Anatomía Patológica. Ve a visitar al «chalado» de Warren, que está intentando convertir las gastritis en una enfermedad infecciosa».

En la primera entrevista con Warren, Marshall aceptó tomar biopsias de 20 pacientes en los que la imagen de la mucosa gástrica, durante una endoscopia, fuera normal. Cuando las estudió al microscopio, comprobó que la bacteria no aparecía en la mucosa gástrica no inflamada. A partir de esta observación, su entusiasmo creció hasta apasionarse por el proyecto, al que dedicó todo su tiempo.

Cerrado por vacaciones

Marshall colaboró también con otros colegas, expertos en cultivar microorganismos, para encontrar la técnica de cultivo adecuado. Había que demostrar que se podría hacer crecer esa «nueva bacteria» fuera del estómago. Por su parecido con otro microorganismo ya conocido, el Campylobacter, eligieron el medio y los tiempos de incubación utilizados para esta bacteria. Con este método los primeros intentos no tuvieron éxito. Sin embargo, nuestros protagonistas eran investigadores tenaces. Pero también tuvieron algo de suerte. A la vuelta de las vacaciones de Pascua, y tras haber dejado olvidado uno de los cultivos, un técnico del laboratorio advirtió que, en una de las múltiples preparaciones existían minúsculas colonias transparentes. Las bacterias, finalmente, quedaron identificadas y se comprobó que eran similares a las observadas en las muestras de las biopsias de estómago. Su primer nombre fue “Campylobacter pylori”. Era el 14 de abril de 1982.

Rechazados en los congresos

La batalla contra la incredulidad de la comunidad científica comenzó en ese momento. Tanto es así que, su trabajo fue inicialmente rechazado para su presentación en el congreso australiano de gastroenterología en 1983. El estudio de Warren y Marshall estaba entre los 11 peores clasificados. En la parte final de la carta de rechazo se podía leer: “Esperamos que puedan, en el futuro, remitir su trabajo de nuevo incluyendo la revisión crítica de otros colegas”. Después vendrían múltiples estudios con interesantes hallazgos. Entre ellos, los primeros intentos de tratar a los pacientes que tenían la bacteria con antibióticos y con buenos resultados. A pesar de lo cual, la incredulidad mundial de que una bacteria produjera gastritis persistía.

Autocontagio

En enero de 1984, Marshall decidió inocular cultivos puros del Campylobacter pylori en un cerdo. Para ello, contó con la colaboración de otro compañero del hospital que trabajaba en el Departamento de Microbiología Experimental. Los experimentos fracasaron. Pero, Marshall no se desanimó.

Su persistencia le llevó a tomar la decisión de contagiarse la bacteria a sí mismo. Aunque algunos de sus colegas intentaron disuadirle, Marshall se mantuvo firme. Ya había comprobado que la infección tenía cura con antibióticos.

En junio de 1984, Marshall pidió a un compañero de su hospital que le hiciera una endoscopia. Acudió en ayunas antes de que comenzara la vertiginosa actividad del departamento. La suya fue la primera gastroscopia que se realizó esa mañana. Pretendía comprobar que su estómago era normal y no tenía gastritis. Sus biopsias resultaron normales. Ese mismo día, acudió un paciente con molestias de estómago y al que se le detectaron las bacterias en sus biopsias. Las muestras de aquel paciente se remitieron al departamento de microbiología. Tenía las bacterias del tipo del Campylobacter pylori que Warren y Marshall habían descubierto. También comprobaron que un antibiótico, el metronidazol, las podía eliminar. Además de este fármaco, el paciente recibió también sales de bismuto. Con ambos, se curó su infección. Una segunda endoscopia reveló que, en efecto, la gastritis del paciente había desaparecido.

Al confirmar que aquel paciente se había curado, Marshall decidió pasar a la acción. Cuando el resto de sus colegas del departamento de microbiología estaban distraídos, sustrajo una parte del cultivo de las biopsias gástricas del enfermo. Para asegurarse de que se infectaría, tomó además un antiácido para disminuir la acidez de su estómago y facilitar la infección por la bacteria del cultivo.

En los 6 días que siguieron al experimento, Marshall anduvo preocupado por los pasillos del hospital. No sentía ningún síntoma. Comenzaba a preguntarse si el resto de sus compañeros estaban en lo cierto y, en realidad, él y Warren no habían encontrado más que un germen sin importancia. Sin embargo, al finalizar aquella semana ensombrecida por las dudas, una mañana se despertó con un profundo malestar. Comenzó a sentir náuseas y, a duras penas, pudo llegar al baño de su casa para vomitar. Aquellos síntomas duraron 3 días más. Una extraña sensación de alegría, por confirmar sus sospechas, y debilidad asociada a la infección aguda, le invadía. De nuevo, y con intención de asegurarse, pidió que le realizaran una segunda endoscopia. En sus biopsias se observaron cambios inflamatorios muy intensos. En los cultivos creció el bacilo conocido en aquel hospital como Campylobacter pylori. Se aseguró entonces de realizar el tratamiento adecuado con sales de bismuto y metronidazol durante 14 largos días. Sus molestias de estómago, las náuseas y los vómitos fueron remitiendo hasta desaparecer. Un mes después de completar el tratamiento, se realizó la tercera endoscopia. Ya no había gastritis y ni rastro de la bacteria en los cultivos.

Tras este episodio que confirmó todas sus teorías, Marshall continuó realizando múltiples estudios relacionados con la nueva bacteria. Incluso desarrolló algunas de las pruebas que hoy empleamos para detectarla. Cuando, años después, otros investigadores reprodujeron los resultados y los comunicaron en revistas científicas importantes, el hallazgo acabó por convencer a todos.

Especies diferentes

¿Y qué fue del nombre Campylobacter? La nueva bacteria había sido incluida en esa especie de forma provisional. Con otras de ese grupo compartía su forma y algunas características, como la de cultivarse en el mismo medio. Sin embargo, la presencia de múltiples flagelos, una especie de pelos largos, en uno de los extremos y el gran contenido en una proteína capaz de degradar la urea, hacía que el nuevo germen fuera diferente. Finalmente, tras diversos estudios adicionales acabó por confirmarse que el C. pylori era realmente un miembro diferente que no pertenecía a la especie Campylobacter, sino que presentaba características para definir un nuevo género: Pasó entonces a denominarse, Helicobacter.

Premiados

Finalmente, en el 2005, la academia sueca otorgó el Premio Nobel de Fisiología y Medicina a Warren y a Marshall por el descubrimiento del H. pylori como causa de la gastritis crónica y las úlceras pépticas.

El trabajo de Warren y Marshall no solo cambió la manera en que se entendían las gastritis, las enfermedades ulcerosas del estómago y del duodeno y el propio cáncer gástrico, sino que también abrió nuevas posibilidades para su prevención y tratamiento. Antes de su descubrimiento, la úlcera de estómago se trataba con antiácidos y aconsejando reducir el estrés. Actualmente, con el conocimiento de que la causa principal de estas enfermedades es una infección bacteriana, los tratamientos están basados en el uso de antibióticos.

En definitiva, la historia del descubrimiento de Helicobacter pylori es un ejemplo de cómo la perseverancia y el trabajo duro pueden llevar a grandes avances en la ciencia. Warren y Marshall no solo descubrieron una bacteria, sino que también transformaron la manera en que se tratan y se entienden las enfermedades gástricas. Desafiando el pensamiento científico predominante en la época, la historia de estos dos investigadores es una inspiración para todos aquellos que desafían los dogmas conocidos y se adentran en busca de nuevos hitos científicos.

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